Friday, June 23, 2006

Los Hermanos Robledo: Segunda Parte


Por Juan Cassavetes

Si la vida de Jorge Robledo representa uno de los capítulos más especiales de la historia del balompié criollo, la de su hermano Eduardo, sin lugar a dudas, traspasa los límites de lo meramente futbolístico para enmarcarse dentro de la galería de los grandes misterios nacionales. Desaparecido del mapa desde 1970, el menor de los Robledo dejó este mundo cual Teniente Bello, llevándose consigo las respuestas acerca de su misteriosa existencia, plagada de interrogantes referentes a su alejamiento del fútbol, sus ocupaciones posteriores a lo largo del mundo y, por sobre todo, la gran pregunta que permanece latente: ¿Quién lo mató?

Nacido en una oficina salitrera de Iquique en 1928, Eduardo dejó el país siendo sólo un chiquillo de dos años, con destino a Inglaterra. Ahí vivía su madre, y ahí también vivió sus años más gloriosos en el fútbol (ver nota anterior). Según las crónicas deportivas, "Ted" –como se le conocía en tierras británicas- nunca tuvo el talento ni la fama de su hermano Jorge. De hecho, fue gracias a éste que pudo defender la camiseta del Newcastle durante dos temporadas, ya que los ejecutivos del club, interesados en los goles de su hermano Jorge, lo contrataron sin nunca haberlo visto jugar.

Siempre a la sombra de "George", Eduardo pese a todo aún es recordado en los anales de la institución, donde jugaba como mediocampista. Desde esa posición festejó el título de liga de 1952. Al año siguiente, ya de vuelta en Chile, se coronó campeón defendiendo a Colo Colo y fue seleccionado chileno en Suiza 1954. Ese año, el Municipal de Iquique le rindió a los Robledo un multitudinario homenaje.

Es entonces cuando comienza la segunda parte de la vida de Eduardo Robledo, ya alejado de las canchas, donde siempre fue eclipsado por Jorge. De aquí en adelante comienza también el período más misterioso de su existencia, del cual se ha especulado en demasía, con rumores y suposiciones inciertas referentes a su matrimonio, sus últimos días y su kafkiana desaparición, por decirlo así.

Si ya eran poco claros los antecedentes acerca de la vida de Jorge post-fútbol, lo que se decía y conjeturaba sobre Ted alcanzaba ribetes de película de James Bond. De hecho, la “historia oficial’’ rezaba que Eduardo había sido asesinado en un barco, en aguas africanas. La razón: su condición de agente de inteligencia de la corona británica. El asunto, para la gran mayoría, tenía que ver con algo podrido, como drogas, contrabando, o algo por el estilo. No menos sombrías eran otras versiones, que atribuían su desaparición al alcohol, la jarana o incluso a una bella bailarina de flamenco.

Lo cierto –si es que se pueden establecer certezas en esta historia- es que estos datos no son del todo falsos. Una vez más, la última palabra la tiene el periodista Francisco Mouat. El cuento es más o menos así: un mes después de que Mouat publicase una crónica en la revista El Sábado sobre los hermanos, en febrero del 2004, encontró una carta manuscrita sobre su escritorio. Su remitente era nada menos que la viuda de Eduardo, Carmen Calé, una ex bailarina de danzas españolas. La misiva dio pie para que el reportero publicara en marzo del mismo año una segunda crónica, en la cual intentaba despejar las dudas sobre el porvenir de Ted, a la luz de los datos aportados por su viuda.

Según dicho artículo, la carrera futbolística de Eduardo Robledo no terminó en Chile. Después de casarse con Carmen en Calé en 1956, volvió a Inglaterra para jugar dos temporadas por el Notts County de Nottingham. De ahí pasó a desempeñarse como técnico electrónico, su segunda profesión, en la NASA. Decepcionado por su bajo sueldo, volvió tiempo después a dedicarse al fútbol, pero esta vez como entrenador del Once Municipal, un equipo de El Salvador. Esto fue en 1965.

Sus últimos trabajos estuvieron vinculados con la industria petrolera, con la que logró cierta estabilidad, ayudando a levantar torres de extracción en África y Brasil. Fue contratado entonces por la Internacional Drilling Co., una compañía norteamericana de barcos petrolíferos en el Golfo Pérsico. En eso estaba Robledo, cuando, en diciembre de 1970, fue invitado por el capitán alemán Hans Besseinich para pasar cuatro días en un crucero de placer por el Golfo de Omán. Debía estar de vuelta en Dibbah, pero nunca regresó.

Hasta hoy no se sabe con seguridad qué pasó en ese barco. Se efectuó un juicio en Inglaterra, el cual constató que el 5 de diciembre Eduardo cenó con el capitán y después jugó cartas con él y otros tripulantes. También se estableció que Besseinich había mentido inicialmente, afirmando que Robledo nunca se había embarcado en esa nave. Aún cuando otros testigos desmintieron al capitán, éste quedó en libertad y la muerte de Ted quedó archivada como “un accidente’’.

¿Qué pasó en esa partida de naipes? La pregunta permanece sin respuesta, hundida en las profundidades del Océano Índico. Un posible documental que, según ha comentado, Mouat pretende hacer sobre Ted, junto a Alvaro Díaz (de 31 Minutos), podría dar ciertas luces. Una respuesta que esperan los que aún recuerdan a Eduardo Robledo.

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