Palabra de Fútbol

Sunday, April 01, 2007

EL EFECTO CHILE, Volumen 2.



Todo lo dicho acerca del llamado “Efecto Chile” constituye, no sólo un descubrimiento terminológico destacado, sino también una importante clave para interpretar ciertas situaciones más sutiles que dicho efecto ha provocado, claves que, a su vez, confluyen hacia un lamentable llamado a la resignación.
El “Efecto Chile”, como bien se dice en el artículo pasado, es, más que nada, un “estado anímico palpable”, una manera de ser, un estado continuo de zozobra y desgano, que revela un verdadero padecimiento, haciendo permanecer una situación futbolística determinada, la que con su fuerza pone en movimiento a todo el aparato normativo y emotivo de un partido en pos de esa lentitud raras veces beneficiosas.
Pienso que el “Efecto Chile” no es algo sólo aplicable a la selección de nuestro país, sino que se puede extender a ciertos sucesos bastante extraños que son pan de cada día en el fútbol chileno. Un ejemplo rápido, que tiene que ver con las repercusiones en el ámbito normativo, específicamente en las resoluciones arbitrales, es el increíble criterio que utilizan los jueces a la hora de cobrar una falta: se le cobra siempre falta al jugador que va con más vehemencia a la pelota, es decir, se sanciona al jugador que quiere ganar, al que le infunde ritmo al partido, al que busca con energía la pelota. En cambio, aquél que espera que la pelota deje de moverse para poder recién pararla, que juega lento, que anda con todos los músculos como desatentos, aquél que parece tomar la pelota como una cosa molesta, como una carga; ese jugador, lógicamente, sucumbe ante el ganoso y pierde la pelota limpiamente. Pero en su impotencia, se tira. Y el árbitro, no sé con que criterio, cobra.
Por otra parte, ese jugador no tiene problemas de bajar a los llamados “ganosos” de una sola patada, porque se enoja y reclama falta si lo apuran. Se me viene a la cabeza con esto las notables declaraciones una vez vertidas por el otrora volante de contención colocolino Mario Salas, quien a Don Balón declaraba que si a Claudio Núñez (en ese momento era el delantero más incisivo de nuestro medio) se le ocurría hacerle un enganche, él lo iba a dejar de una “chuleta” en la reja olímpica. A pesar de lo notable de esta frase y del hecho de que no venga muy al caso, sucede que Mario Salas es un jugador que grafica de gran manera lo que tratamos de entender como el “Efecto Chile”, a saber, era un jugador corto de genio, malhumorado, siempre temeroso de que quedaran en evidencia sus ripios técnicos y, por ello mismo, orgulloso, lento y malo.
El problema de este efecto es, sin embargo, ocioso, ya que es un círculo irresoluble, algo así como el célebre problema del huevo y la gallina; ¿Qué es primero, el mal estado de las canchas o el mal juego de los jugadores; los árbitros malos o los jugadores reclamones y mala leche; la estupidez de los dirigentes o la mediocridad en la producción de jugadores que llevan a su vez a un mediocre espectáculo? Son ciertamente preguntas ociosas, por ello debemos, como bien señalaba el artículo anterior, saber que en cualquier momento el “Efecto Chile” puede favorecernos, adormilando a nuestros rivales, provocando mediante lentitud y rarezas la desatención de todos, confundiendo al árbitro, quien no podrá creer tanta ineptitud y lentitud y que por compasión cobrará a nuestro favor.
Chile hoy por hoy muestra su idiosincrasia futbolística en su sometimiento profundo a las circunstancias, a lo que salga, a la improvisación en todo. Sin embargo, aún en esas precarias condiciones, contamos aún con la aparición, ocasionalmente productiva, del “Efecto Chile”.

Señores, esto es Palabra de Fútbol.

El chaleco cafe de mi abuelo




El chaleco café.

Me levanté
Aun con la televisión encendida
Que mostraba lágrimas
De alegría, el furioso canto
De hombres y mujeres
Que habían esperado demasiados años
Para ver a su equipo campeón.
Me levanté y camine
Hacia mi abuelo
Que permanecía sentado
Con su mirada de hombre serio
Y lo abracé con fuerza
Y nos dijimos aquellas pocas palabras
Que en aquellos momentos inefables
Son necesarias.
Sus ojos húmedos
Recordando aquellos lejanos días
De universitario
Cuando junto a sus amigos
Todos ahora muertos
Recorrían las escalinatas del nacional
Viendo al pulpo Simián
Tiempos de la barra universitaria
De personas con sombreros
Y corbatas al cuello.
Nos abrazamos
Mientras a miles de kilómetros
Los jugadores daban la vuelta
Y la fiesta explotaba
En aquel campamento minero.
Hoy aún siento el olor
De su chaleco café
Rozando mi rostro
De doce años
Mientras el reflejo de la televisión
Nos iluminaba la espalda
Un día de Diciembre
Del año 1994.

luis felipe oyarzún m.