Recuerdo cuando era bueno para el arco o el paso inevitable hacia la muerte.
Hace unos días volví a casa con la extraña sensación de que cada vez dejo algo en los días que pasan. Recordé, sentado al borde de mi cama aún con el pelo húmedo luego de una ducha, que hace ya bastantes años jugaba mejor que hoy al arco. Inevitable, pensé. Pero, ¿es este recuerdo nostalgia o melancolía? ¿Hay alguna diferencia? Nostalgia parecería ser el anhelo imposible de volver atrás. ¿Y melancolía? Quizás más bien estar arrojado hacia nuestro porvenir más próximo, que nos dona la indeleble experiencia de que las cosas nacen y perecen; nuestra propia muerte. Con su silencio mordaz pareciera ofrecernos la delicada aparición del acontecer, radicalmente finito, acontecer que inevitablemente emerge para desaparecer. Es así que esta disposición nos otorga quizás mayor sensibilidad para notar la fugacidad del instante, de que el sol sale para luego caer, que aquella alegría pronto desaparecerá, que aquella persona que hoy estrechas en tus brazos inevitablemente morirá. Y, a fin de cuentas, si así no fuera, ¿qué importancia nos daría? Si las cosas no fueran a desaparecer ¿nos importarían? Hace poco tiempo murió Kika. Suceso inevitable que envolvió su figura de todo el apreció que le tenía; su muerte, que siempre la esperó, la trasformó en algo que me importó y que hoy recuerdo. Entonces, experimentar la fugacidad del momento, abiertos hacia ese silencio demoledor que nos acompaña como lo más propio de nosotros (morimos personalmente me dijo un profesor alguna vez) puede abrirnos a una intuición más profunda del tiempo. Y así recordar, cuando era bueno para el arco, con un grato y melancólico tintineo de muerte.
luis felipe oyarzún montes