Juego, culpa e irresponsabilidad; los peligros de la ética del sentido común
Me ha llamado profundamente la atención el nuevo y decorativo anuncio que lucen nuestras cajetillas de cigarros hoy en día. Un hombre cadavérico, con rostro abatido por años de “culpa” e infracción a la perfectibilidad de la ética y el orden. Ojos cansados, cutis dañado, pelo aceitoso, manchas de pecado en cada línea de sus ojos. Esto me recordó un pequeño artículo que leí escrito por Carla Cordua, que, debo admitirlo modestamente, se adelantó a mis ganas de expresión. Se reía con disimulo de las personas- es decir, del sentido común, de la “gente”- que, al sentir su “salud” dañada por años y años de cigarrillos entre sus labios (sin con esto retratar el contexto en el cual esos cigarrillos fueron fumados-¿placer, deseos, hedonismo, cuerpo, etc?- ) no tenían otro singular descaro de “acusar” a las compañías de tabacos por no haberles advertido a tiempo. Es comprensible. Nadie sabe que el cigarro produce daño, ni que las hamburguesas del mc donald llevan a obesidad mórbida, ni que los aviones se caen, ni que las cirugías pláticas conllevan peligros irreparables, etc. Y como nadie “sabe”, es de total responsabilidad, en este caso de las tabaqueras, del daño “ofrecido”. El ser humano es idota, ingenuo e irresponsable. Y no puede, por ende, responder por sí mismo, ni por sus propios actos que afectan a su cuerpecito gris de tierra y polvo.
En el juego el azar libera un lanzamiento de dados catastrófico. Y en sus nudos los jugadores jugados por él mismo (por el azar) buscan sus mejores cualidades para favorecer el destino incierto de un resultado final; victoria o derrota. La derrota cala hondo. La culpa la tiene el otro. No hay responsabilidad alguna en sus decisiones, en ese pequeño e infinitesimal instante donde el siguiente paso cobró “vida”. Como el pobre y desgraciado caballero, que fumó durante 55 años, que se paseó por cuanto bar había, visitó tanta mujer que perdió la cuenta, disfrutó de un cigarro tras otro, de un traguito tras otro, mientras su organismo padecía su pasión. Triste caballero, no tiene ninguna responsabilidad en sus actos. Hombre ingenuo que, en uno de sus últimos impulsos vitales, busca acusar, buscar culpables de su mal, buscando ser parte de la opinión pública, sacando su caso a contra luz. Pero algo le retuerce el lado invisible de los ojos, como a ese jugador que, cariz bajo, abandona el campo de juego, mientras un habla silenciosa, la más silenciosa de todas, la repite incansablemente, que él es el responsable de la caída, mientras algunos compañeros descontrolados hablan del arbitraje, y de algunos cobros fallidos que condicionaron la derrota.
luis felipe oyarzún montes
pd. nadie sabe que el tabaco mata, pero todos sabemos que las serpientes hablan, sobre todo, en el paraíso.
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