Valery Karpin, el caliente que ahora vende pisos

Navegando a causa de la desidia post-examen-de-grado encontré un artículo notable en el Diario de Galicia, que quisiera compartir con todos ustedes. Cuando era pendejo Karpin era uno de mis ídolos en la liga española en los 90’s, por supuesto detrás del gran central bielorruso Andrei Zygmantovich que brillara por sus chuletas y expulsiones en el Racing de Santander de aquellos años. Karpin era la mezcla perfecta de ese jugador fino que podía fácilmente echarse el equipo al hombro con una visión de juego privilegiada y de aquel jugador camorrero que podía perfectamente iniciar una batahola con cuerpo técnico incluido en los túneles camino a camarines. Un crack. Publico a continuación la nota y un breve comentario posterior.

(Extracto de nota publicada en el Diario La Voz de Galicia, 21/10/2005)

Las cualidades que tanto se valoran en las estrellas mejor pagadas del fútbol (inteligencia, habilidad, talento) pocas veces se reflejan fuera del terreno de juego. Su espíritu emprendedor no suele ir más allá de montar una tienda de deportes, un restaurante o un bar de copas. Hay quien directamente opta por esnifarse todo su patrimonio, y la gran mayoría sigue pensando que el cemento, ese gran negocio, no es más que una engorrosa masa gris que sólo sirve para pegar ladrillos.

El talento se prodiga poco fuera del terreno de juego, pero hay excepciones. Recién jubilado de dar patadas al balón, Valery Karpin (Tallin, Estonia, 1969) es hoy un exitoso promotor inmobiliario que rompe con el tópico que asocia al futbolista con la incultura, el dispendio y la vida fácil.

Aunque es nuevo en la materia, Karpin se desenvuelve con soltura entre políticos y empresarios para lograr sus propósitos. «Es un negocio como otro cualquiera y tengo mucho que aprender. Hay gente de mi edad en la Universidad, a los 35 años no puedes dar por acabada tu vida laboral», dice.

El despacho de Valery Karpin S.L. está instalado en la tercera planta del lujoso edificio Simeón, en la Puerta del Sol. Su horario laboral es imprevisible. Hoy se presenta pasadas las once de la mañana. Viste diseño italiano (un cinturón de Dolce & Gabbana le delata), y desprende un fresco aroma cosmético de nuevo rico metrosexual recién salido de la ducha. Despliega su encanto con las secretarias ¿las besa todas las mañanas cuando llega?, y da las primeras instrucciones del día.

Una mesa de cristal y dos cuadros expresionistas ambientan la conversación. «Yo lo que he hecho es trasladar mi inquietud de trabajo en el campo de juego a esta nueva faceta de mi vida, y rodearme de gente en la que confío y me asesora», confiesa con humildad.

Parte de la tesis de que no hay que temer lo nuevo. ¿Por qué otros futbolistas no lo hacen? «Tal vez ?dice Karpin? porque un chaval que lleva 20 años jugando al fútbol es lo único que sabe hacer. El futbolista tiene un carácter conservador y lo entiendo», afirma.

Su gesto es aún tenso. La prensa siempre le ha incomodado, pero no puede contener la carcajada cuando tratamos de establecer una comparación entre él y Abramovich, el supermillonario ruso dueño del Chelsea. «¡Ojalá me pareciera, pero me temo que lo único que tenemos en común es que los dos somos rusos», dice.

Llegados a este punto, es inevitable hablar de dinero, de mucho dinero. La existencia de mafias rusas que extorsionan a los empresarios a cambio de apoyo económico es para Karpin «una mentira como una catedral». El tema le resulta especialmente molesto, por lo que tiene de tópico y, según el empresario, de incierto. «Es muy fácil hablar de mafia ¿pero qué es una mafia? ¿Hay mafia en Italia? ¿Hay mafia en España?... Yo te pregunto: ¿la hay?». Karpin admite que los países surgidos de la antigua Unión Soviética han vivido un proceso difícil que ha derivado en casos de corrupción, pero niega la existencia de un fenómeno mafioso relacionado con grandes operaciones inversoras en Europa. «Puede haber algo, puede, no lo sé, como en cualquier otra parte. Hubo un tiempo en que todo era del Estado, pero en Rusia ahora hay empresarios, banqueros libres... ya está todo repartido, cada uno tienen lo suyo», afirma.

Vigo es el centro operativo de Valery Karpin S.L., a pesar de que su salida del Celta no puede calificarse de amistosa. El ruso lo tiene claro. Hay que diferenciar: Una cosa es una empresa que se llama Real Club Celta y otra cosa es la ciudad. «Estuve cinco años viviendo aquí y fui feliz a todos los niveles. Me encanta Vigo con todos sus defectos, te engancha el ambiente que se respira por la calle...», pero su campo de acción va más allá: «Creo que Galicia es una comunidad en donde hay grandes posibilidades porque lo tiene todo. Faltan infraestructuras, el tren de alta velocidad, aeropuertos más competitivos, pero a pesar de todo, Vigo y Galicia están creciendo muy deprisa».

Comentario personal: A mi juicio, Karpin siempre fue un iluminado en todo aspecto. No sólo por su visión de juego dentro del campo, sino por lo notable que resultaba ver las conferencias de prensa a las que era invitado en Antena 3 TV o TVE. Recuerdo su ofuscamiento al ser consultado por incesantemente por un periodista de turno acerca de si había fabricado o no un penal mediante un nunca bien ponderado “piscinazo”, ante lo cual respondió, sin asco, en un español casi perfecto: “Mira cabrón, que te he dicho ya que no me he tirado…podré ser un cabrón, un mal jugador, un buen jugador, podré ser un hijo de puta, pero mentiroso no soy. Ahora si tú te acostumbraste a que te mientan, eso ya no es problema mío. Quien sabe coño, que quizás tu mujer te miente y se folla al vecino, y a ti te da igual, pero eso no es problema mío, joder. Como me pregunten una vez más esa misma gilipollez me marcho ya”. Cuando bastaba una simple respuesta negativa, una sencilla negación, Karpin aportaba una serie de datos anexos innecesarios que hacían sus conferencias de prensa más que atractivas para algunos mortales. Conferencias que, por lo demás, no eran pocas, dada su calidad de capitán del Celta de Vigo en aquellos años de oro cuando la liga española todavía no se llenaba de jugadores de medio pelo.

Atendiendo a la nota anteriormente transcrita, es cierto que Karpin nunca fue un asiduo a la prensa. Después de 10 años en España, jugando en equipos de buen nivel como la Real Sociedad y el Celta de Vigo, alcanzó un estándar de español suficiente como para mandar al carajo a periodista que tuviese entre ceja y ceja. Por lo demás, mostraba una actitud totalmente discriminatoria contra determinados medios de prensa. Así, recuerdo otra ocasión en que, después de haber hablado Miguel Angel Lotina, director técnico del Celta en aquellos años, tocaba la palabra a Karpin. Sin mediar pregunta alguna, Karpin aparece con otra de esas que lo hacen memorable hasta el día de hoy: “Tú…si, tú….el de mezclilla…contigo no hablo, eh. (dirigiéndose al resto) Yo no hablo una puta palabra mientras que no saquen a ese a la calle. (dirigiéndose nuevamente al periodista afectado) ¿No te gusta escribir cabronadas de mí? Ahora yo te hago una cabronada. Yo no me he peleado con nadie, cabrón, y eso tú lo sabes” (a raíz de una nota que había sido publicada por el diario Sport anteriormente que afirmaba que Karpin se había trenzado a golpes durante un entrenamiento con el otrora brasileño nacionalizado y seleccionado español Catania).

Debutó en el profesionalismo en 1987 el Fakel Voronezh, cuadro de la tercera división soviética en ese entonces (hoy en tercera división de Rusia) y en la recién formada Selección de Rusia en 1991, a pesar de ser estoniano de nacimiento, cuando integraba las filas de ese Spartak de Moscú lleno de jugadores que posteriormente la romperían en las más importantes ligas europeas, a saber: Dmitry Radchenko, Alexandr Mostovoi, Dmitry Popov y el croata Robert Jarni, entre otras sagradas figuras.

En la cancha demostraba un temple envidiable, digno de imitar. Nunca daba una pelota por perdida, y a pesar de ser un volante de vocación ofensiva, no dudaba en retrasarse y trancar hasta con el ojo. En San Sebastián y Vigo sigue siendo ídolo, no sólo por sus actuaciones dentro del campo, sino por su forma de ser fuera de ella. Y ahora, en la nueva vida que emprendió, seguramente mandará a tomar por culo a más de algún cliente sobreexigente.

Sebastián Santamaría